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Cuando Tepic era la ciudad blanca no había Insurgentes porque llegaba hasta la Mina, no había Mololoa porque llegaba hasta la Victoria y para acá no había nada”, señala la señora Ortega  la zona de la estación del ferrocarril. Y abunda: “El gobernador y el presidente en persona hacían recorridos por la noche en busca de lámparas dañadas y basura olvidada”.  No dice más,  porque los muchos años de vida le han enseñado que entre menos se habla, mejor. Que lo verdaderamente importante es lo que no se dice. Y lo que no dice esta mujer que ha sido testigo del lento pero irreversible crecimiento de la ciudad es que la basura creció con nosotros y que volver a nuestro Tepic inmaculado es una tarea del corazón más que de las escobas

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